9 de octubre de 2007

Insomnio

De nuevo el sueño recurrente. Me persiguen. Hago inútiles esfuerzos por avanzar pero mis músculos se rehúsan a cooperar. Están por alcanzarme. Despierto sobresaltado, sudando. Veo el amenazante reloj despertador que con su luz roja me grita: las cuatro de la mañana. Me molesto. Falta a penas una hora para meterme a la ducha y empezar el nuevo día. Trato de cerrar los ojos con la esperanza de dormir la hora más larga de mi vida. No lo consigo del todo. La hora se convierte terriblemente larga, tal como lo deseaba. Pero no puedo dormir, ese pequeño detalle la transmuta a la hora más insoportable en mucho tiempo. La cabeza me explota. Los ojos me duelen. Enciendo el televisor. La luz de color azul eléctrico del aparato invade violentamente la oscura habitación e impacta directamente en mis ojos. Hago un gesto de dolor y me cubro la cara. Sospecho que mi plan puede no ser tan certero, ver televisión esta vez no ayudara a conciliar el sueño. Tengo la boca seca y un sabor desagradable se mantiene en mi paladar. A regañadientes me levanto de la cama y arrastrando los pies salgo de la habitación. Me dirijo a la cocina. En el corredor que de mi cuarto lleva a la sala, siento un desagradable frío en los pies. Tardo unos segundos en darme cuenta que acabo de pisar un charco de orines del maldito perro. Me saco los calcetines, los tiro por un lado y susurro una maldición que solo pudo escuchar el famoso perro que me observa con sus tímidos ojos vidriosos. Por fin llego a la cocina. Abro el refrigerador y el frió que de él sale refresca momentáneamente mi febril cuerpo. Agarro un pomo de agua helada y lo pongo en mi adolorida cabeza. Tomo tres o cuarto tragos largos del agua helada y regreso lo más rápido posible a mi habitación. A pesar del insoportable calor me envuelvo entre las sabanas húmedas por el sudor, estoy dispuesto a pasar la hora que me queda refugiado en las benditas sabanas. Diez minutos. Quince minutos. Veinte minutos. El sueño se hacia presente por fin a los treinta minutos de presionar sin cesar el botón del control remoto que avanza los canales del televisor. Hago un parpadeo largo y profundo, el peso de mi cuerpo se multiplica por cuatro. Quedo dormido. Un minuto, dos minutos. Cinco minutos. Me despierta de nuevo la insoportable sensación de querer orinar. Maldigo el momento en que decidí beber de la jodida botella. Me dirijo al baño y al ver el último chorro del líquido corporal regreso a cama. Claro, sin sueño. Veo el amenazante reloj despertador que con su luz roja y sonido estridente me grita: las cinco de la mañana. Regreso al baño. Me ducho. Con rasuradora en mano levanto mi vista al espejito roto y por primera vez veo mi rostro. Mis ojos lucen tristes, hundidos, secos y rodeados por una aureola grisácea. Me sorprendo, jamás me vi así. La piel seca, sin ningún brillo y blanca en demasía. Parezco un cadáver. Me dispongo a continuar la rutina, me corto la barballia con la rasuradora, sangre. Me lavo. Me doy un golpe en el dedo gordo del pie derecho al abrir la puerta para salir del baño. Con dolor y cojeando me apresuro al cuarto. Veo el amenazante reloj despertador que con su luz roja me grita: las seis de la mañana. Me visto apresuradamente con la ropa sin planchar. No habrá tiempo para desayunar. Llego al carro, lo arranco y avanzo dos cuadras. Tres cuadras. Cuatro cuadras. Veo a Lidia Sárti y la saludo con timidez desde el volante. Siempre me atrajo. Cruzo en la calzada Aguilar Bátres con regular prisa. Confusión. El tiempo se detiene ante mí paso. Veo luces, destellos maravillosos. Sonidos que desconozco. Explosiones de color. Giro. Doy vueltas en el aire. Salgo del auto, estoy flotando. Giro. Floto. Giro. Floto. Mi cuerpo se ha vuelto ingrávido. Me he elevado tanto que apenas distingo el gris de las calles. Empiezo a caer. Siento el viento haciendo fricción con mi ropa, como puedo me despojo de ella. Mi cuerpo desnudo cae a toda velocidad. Maravillosa sensación. Libertad. Libertad… Libre. El cuerpo librado de toda tensión, de todo prejuicio. Me olvido por completo del chucho y sus meados, de las sabanas sudorosas, de la maldita hora en que no pude dormir. Soy libre…fui libre…seré libre. No me preocupo por la caída. Seguramente sigo soñando... Otra vez el sueño recurrente... Despierto agitado. No puedo levantarme. ¿Seguiré soñando?. Veo a los lados. No puedo. Mi cabeza no se mueve. Oigo voces. Hago otro esfuerzo por levantarme pero es imposible. Un olor a sangre y podrido invade la oscura y húmeda habitación. Algo golpea mi nariz. Las clases de anatomía llegan a mi mente. Formaldehído. Siento frío, mucho frío. Estoy desnudo. Siento metal debajo de mi cuerpo. Escucho pasos. Alguien se acerca. Quiero gritar pero no puedo mover un solo músculo. Alguien se para junto a mí. Lo veo. Por que no me ve a los ojos. No…no…que está haciendo. Suelte eso. Suéltelo. Suelte... ¿Qué es eso? No…suéltelo. Suéltelo. Suelte eso. Suelteso. Eso. Una voz fría y ronca interrumpe: “Así dejálo vos, ya vienen por él”. Se aparta. Tengo miedo. No se vaya...no...míreme...puedo mover mis ojos...estoy bien, míreme..estoy bien, bien, míre, bien...Alguien más irrumpe en la habitación…una voz que reconozco, trémula y sollozando dice las palabras que confirman mi sospecha…“Vengo a recoger el cadáver de René Ponce por favor”...Un escalofrío recorre mi columna vertebral y estallo en gritos mudos...Unos hombres vestidos de negro me introducen en una caja de madera y una manta negra cubre mi entorno... Si, y acá estoy todavía, en mi mundo rectangular, con la oscuridad silente de compañia y tratando de dormir un rato, siete años despúes, por éste maldito insomnio...

6 de octubre de 2007

De regreso a casa

Desperté temprano y recorté del periódico el pequeño anuncio de una empresa que contrataría tres ejecutivos de atención al cliente. Debía presentarme a las diez de la mañana con mi papelería completa. La situación era crítica. Llevaba más de tres meses sin trabajo, viviendo a duras penas de lo poco que se iba consiguiendo. Un día antes, pedí prestado diez quetzales que se distribuyeron de la siguiente manera: cinco para dejar de adelanto a la acumulada deuda en la tienda de Mingo y los otros cinco los llevaría por cualquier inconveniente en la faena que emprendería al día siguiente, mi búsqueda de empleo. El pasaje de la camioneta lo resolví juntando monedas producto de los vueltos acumulados en los tiempos mejores. Nancy, mi esposa, amaneció ese día optimista, pensando que esta vez si lo conseguiría, mientras yo era un poco más realista y sacaba conclusiones anticipadas, tomando en cuenta el historial de rechazo la cosa no pintaba a cambiar. Tenemos un pequeño de a penas tres años, al cual no le ha faltado nada gracias a la ayuda de los abuelos. Llegué al lugar y una secretaria atendió; fría, altanera y tajante: «¿Tiene estudios universitarios?», le expliqué que había hecho un par de años en una universidad del extranjero, pero que debí dejar la carrera por la seria situación económica que mi esposa enfrentaba en el país y sola. Ella me respondió cruel y despiadadamente, que eso no les servía y que no me podía pasar a entrevista. Me sentí a morir; que le diría a mi esposa ante el nuevo fracaso, que falsas esperanzas inventaría esta vez para no caer ambos en la desesperación. Pasé horas sentando en un parque pensando en el infortunio de mi vida. Empero, dispuse regresar a casa y compartir mi desconsuelo con ella, la abnegada madre, la esposa comprensiva, la mejor amiga y supe que todo estaría bien; mañana seguiría la titánica búsqueda del mejor porvenir. Abordé la camioneta y fue cuando empezó todo: a las pocas cuadras subieron. Uno de ellos se sentó al lado mío y después de un breve minuto dijo:
« ¿Disculpá, que hora tenés? »
« La una y media », le contesté entre los dientes y ocultando el reloj, petrificado por lo que supuse un hecho. Lo sabía, desde que los vi subir a la camioneta. Lo presentí, ambos subieron fingiendo ir por separado, pagaron el pasaje y uno de ellos caminó rápidamente hacia la parte trasera de la camioneta, mientras el otro iba caminando despacio, buscando un lugar donde sentarse. Recuerdo que había dos asientos desocupados, uno en la segunda fila que daba a la ventanilla derecha y otro en la fila número seis, del lado izquierdo y que daba al corredor; era donde iba yo. Ahí se detuvo y tomó asiento. Lucía nervioso, observé que se frotaba rápidamente las manos, le sudaban, se las frotaba fuertemente contra el pantalón. Llevaba una mochila que cuidaba como a un bebe de pecho, la colocó suavemente sobre sus rodillas al sentarse. Luego hizo la pregunta de la hora a la cuál yo respondí indeciso y tan preocupado que era obvio. Al responder, voltee rápidamente la mirada para otro lado, hacia la ventana, para que ésta no se cruzara con la de él, que la sentía fría, calculadora, como midiendo el miedo sobre mí. Sentí el asecho, sentí acercarse a la muerte sigilosa y mi cuerpo fue poseído por el terror. Observe tímidamente la calle y cerré los ojos una fracción de segundo. Pedí que fuera solamente un ataque mío de paranoia, de los que son tan comunes en todos hoy en día; pero no. Inmediatamente después de darle la hora, prosiguió:
« ¿No me querés comprar una nueve milímetros vos? »
« Este… no… Gracias… » Contesté con un tonito de estúpido y con un gesto de miseria.
« Bien hoooombre. Mirála, esta bien de ahuevo ». Inmediatamente abrió la mochila sin zipper y sacó de ella, efectivamente una pistola calibre nueve milímetros, plateada y con un reluciente relieve que si no mal recuerdo decía: “JERICHO”. Acto seguido la llevó directamente a mi cabeza, empujándola con tanta fuerza que ésta chocó contra la ventana estrepitosamente. Me despojó de toda mi riqueza: una billetera imitación de cuero conteniendo su interior: cinco quetzales, una foto de mi esposa, un fósforo sobrante dentro de su respectiva carterita, seis papeles inservibles, diecisiete tarjetas de teléfono usadas que había traído de Cuba para el recuerdo. Así mismo se apropió de mi reloj, del teléfono celular sin tiempo de aire y de un fólder que llevaba en manos, conteniendo mi hoja de vida que habían rechazado por la mañana en la empresa donde buscaba trabajo.
Mientras era despojado de mis únicos cinco quetzales con los que tenia pensado comprar el pan y café para mitigar el hambre de las horas siguientes, el otro tipo, tal como supuse hacia lo mismo con otro desafortunado en la parte trasera del bus. El piloto se percató aquello e inmediatamente dio un frenazo brusco, les ordenó que bajaran. Mala idea; éstos tipos tienen un odio indómito hacia todo lo que sea prácticamente humano. El de la parte trasera rodó por todo el largo de la camioneta, mientras el que me despojaba descargó su furia contra mi persona pegándome con el arma y ocasionando una herida en la cabeza que inmediatamente empezó a sangrar. Empezó el terror. Como pudo, el que rodaba por los suelos se levantó mientras el otro con el arma manchada de rojo por mi sangre, avanzaba gritando: « Ya se los llevó la gran puta, cerotes de mieeeerda », hasta que llegó junto al piloto. « Seguí manejando mierda », le dijo con una voz ronca que apago todo indicio de sonido a su alrededor, mientras le jaloneaba el pelo, haciéndole mover la cabeza para un lado y para otro, con una cara poseída por el odio, la frustración y el rencor. El otro tipo terminó de despabilarse por la súbita caída y empezó a gritar, amenazando al que pudo, quitándoles celulares, joyas, bolsas, billeteras y un par de zapatos nuevos (aún en su caja) a otra desafortunada. La gente se escandalizó. Algunos lloraban a gritos, otros simplemente sollozaban, otros como yo nos quedamos en un sumiso silencio ante el cruel episodio que nos tocaba vivir y hubieron un par de señoras que gritaban, una más que la otra: Hay mi dios, en el nombre de Jesús, santísimo creador…, ésto terminó de exasperar a los maleantes hasta que, él que llevaba del pelo al chofer le gritó apuntándole con el arma:
« Ya haga sho vieja puta, o aquí mismo le quiebro el culo ». No hizo caso; Jehová hijo del divino, en el nombre de cristo, saca a Satán……
Un retrueno seco seguido de un zumbido fino y olor a quemado la interrumpió; Fue el primero de los tres disparos que habría ese día en aquel bus del servicio público. Luego, todo quedo en un profundo y mortuorio silencio. Yo agaché la cabeza y me di cuenta que en mis pies había un charco de sangre. Me ofusqué. Pensé primero que el disparo había sido certero en alguien cercano a mi posición, pero me sorprendí al sentir la camisa pegada mi la piel, la sentí húmeda y me volteé a ver; la camisa blanca de manga larga, la que había planchado mi esposa por la mañana con la ilusión que conseguiría el empleo, era teñida de rojo; sangre. Sentí un escalofrió y me dije a mi mismo: « Me dieron. Mierda, me dió », empecé a examinar cada parte de mi cuerpo pero no noté nada, solo un dolor insoportable de cabeza. Fue entonces que descubrí que la sangre provenía de la región occipital de mi cráneo que había sido golpeada con toda la fuerza del odio, con la pistola nueve milímetros que me ofrecían en venta a penas unos segundos antes.

El zumbido era constante en mi oído, no escuché a nadie más. Me animé a levantar la vista y descubrí que medio mundo estaba agachado. Miraba la boca del asaltante en movimiento, pero de él no salían palabras, solo entonces ví un poco más arriba y caí en cuenta que la bala había salido por el techo de la camioneta. Todo lo demás ocurrió rápidamente. Recorrimos a gran velocidad un par de cuadras más. Inmediatamente después del disparo y de las palabras mudas, el otro malhechor se acercó a un hombre, se paseaba por sus cincuenta. Lo recuerdo muy bien, iba junto a la señora que había quedado mutada por el disparo. Era un hombre sencillo, se le notaba al verlo. Llevaba un maletín como de mensajero, su pelo escaso y gris, su piel áspera y morena producto seguramente del incandesente sol de todos los días, tenía un bigote grueso y camisa y pantalón color café, este se levantó, y le gritó: « Ishto cerote, a mi no me quitas nada » al mismo tiempo que levantaba su brazo para apartarle el arma que le apuntaba. Pero no le dio tiempo. El tipo que me había golpeado le gritó: «Pilas Muppet, carga cuete» y llegaron los otros dos balazos de aquel infernal día. Impactaron directamente en su tórax, destrozando y partiendo en mil pedazos todos los sueños, los recuerdos, la vida de aquel hombre que terminaba en el asiento de una vieja camioneta, entre veintidós almas aterrorizadas y dos almas oscurecidas; todas sufriendo las consecuencias del fracaso de una sociedad. De nuevo llegó el zumbido aquel que ya había empezado a desaparecer. Me sentí impotente, furioso, ultrajado y violado de todos mis derechos, de todas mis esperanzas y de mis ganas de luchar. Dejé de ser el patriota de siempre y maldije el día en que nació el terror en esta tierra. Ellos ordenaron la detenida del bus y bajaron de un solo salto, gritando todavía: « Ya ven cerotes, por necios… ». Los demás pasaron por encima del cuerpo inerte que yacía tendido a medio corredor y continuaron su camino a casa en otro bus. Yo, bueno...yo tuve que seguir caminando ante la mirada despectiva de la gente por la camisa llena de sangre...

1 de octubre de 2007

Magical Mystery Tour


Hoy me he convertido en ladrón, en un secuestrador de sueños, de ilusiones, de esperanzas, de risas y llantos, de miradas cautivantes, corajes infinitos, amores imposibles y pasiones secretas. Hoy, sentí el sudor de un obrero, los mareos de un borracho, el pudor de una señora, el encantamiento de una enamorada y las ganas de un adolescente. Hoy, me sentí sucio y pervertido, desganado y aburrido, resignado a la miseria, con enojos hacia todo, orgulloso y altanero, seductor y aventurero. Hoy me sentí por ratos guapachoso, reggetonero y termine de roquero. Hoy sentí la impaciencia por llegar a un destino, la despreocupación de mi vestimenta, desalineado y greñudo, me sentí glamuroso, vanidoso y me descubrí metrosexual. Hoy me sentí temeroso y paranoico, con sueño y perezoso, me sentí inocente, puro, volví a ser niño y lloré y luego reí sin parar. Hoy, me encontré ensimismado en pensamientos profundos, en algunos superficiales, en un mar de preocupaciones esotéricas y naufrague en mis lagunas existenciales. Me sorprendí lánguido y taciturno, solitario, desterrado, amarrado, después sentí la alegría y esperanza que trae un recién nacido y luego el dolor e incertidumbre de un duelo prolongado, la desgracia de extrañar a morir, la insaciable sed de amor. Me sentí enfermo y desanimado, me sentí dichoso de encontrarme con vida y eleve una plegaria a Dios mientras leía una Biblia. Hoy sentí el cansancio que deja la jornada, el peso de un canasto sobre mi cabeza, los fríos de un frágil anciano y los calores de una mujer en climaterio. Hoy sentí miradas sobre mí, me sentí juzgado, incomprendido, temido y odiado, discriminado y marginado, decidí matar. Hoy me vi en la necesidad de ser un vendedor de dulces, de lapiceros, de calcomanías, de lo imposible, para llevar el pan a mi casa y darle de comer a mis cinco hijos y mis siete nietos. Hoy sentí la necesidad de robar prendas y luego venderlas para calmar el hambre de mis adicciones, de los demonios que no me dejan paz y que hacen de mi una sombra que arrastra cadenas entre la multitud. Hoy me sentí un estudiante, un albañil, un trabajador bancario, una ama de casa, un desempleado, un vendedor, un abogado, una prostituta, un travestido, una mujer embarazada, una vieja amargada, un fortachón engreído, una joven seductora, un intelectual, un analfabeta, una secretaria, un marero, un drogadicto, un alcohólico, un religioso, un agnóstico, un ateo y por ultimo volví a ser yo... cuando volteé a despedir en silencio a todos los personajes que día a día enriquecen mi acerbo, parado en la puerta de la camioneta listo para saltar en la próxima parada, sin darse cuenta ellos, les robo pedacito de sus vidas y las guardo para mi... Caminando hacia mi destino, observé al autobús alejarse con apuro dejando una estela gris asfixiante. A todos mis compañeros de viaje, les deseo un buen día y espero con ansia verlos mañana para asaltar de nuevo sus emociones. ...Que viaje... pienso mientras camino con un poco más de prisa que al inicio, y me es inevitable pensar en la genialidad de John, Paul, George y Ringo ...cuando sin querer me encuentro tarareando su canción, Magical Mistery Tour... aca se las dejo...